Jornadas Regionales Por Nuestrxs Desaparecidxs

La ternura de los pueblos y el apapacho colectivo para acariciar nuestra alma

El miércoles fue un día de cruzar por tierra y aire, de pasar las fronteras y de esperar las horas para llegar a esta ciudad marcada por el dolor de la muerte del padre Marcelo, el domingo pasado. Para la noche, ya casi todas estábamos descansando para comenzar las Jornadas Regionales por nuestras personas desaparecidas.

La mañana fría de estas tierras del sureste mexicano nos antojó el cafecito caliente, y mientras nos acercábamos al desayuno, nos fuimos saludando con cariño; hubo abrazos cálidos y miradas cómplices, la alegría de volvernos a encontrar con rostros nuevos y con viejas amigas. También surgió uno que otro llanto, de esos que aparecen cuando recordamos las razones que nos convocan a estar aquí.

En el centro del salón montamos nuestro altar colectivo con el corazón y la luz de todas y todos. La energía del día 13 kan: transformación, voluntad, equilibrio, justicia, fuerza.

Y nombramos la esperanza, el agradecimiento, la fe. “Yo me siento conmovida, pienso en sostenernos, siento fuerza, estoy inspirada”. Hay unión, compromiso, solidaridad, amor, justicia, indignación.

Y mientras saludamos al este, al norte, al oeste, al sur, al corazón del cielo y al corazón de la tierra, recordamos que están presentes nuestras abuelas y abuelos. No estamos solas; nos acompañan de muchas maneras en nuestra lucha y camino de búsqueda.

Yo también busco… Busco a mi hijo, busco a mi hija, busco a mi hermano, busco a mi papá, busco a mi sobrino, busco a mi esposo, busco a mi tío, busco a mi abuelo.

Y hablamos de Verdad como única posibilidad para acceder a la justicia y a la reparación integral. En este contexto, el trabajo de las familias y aliadas ha sido fundamental para desarrollar nuestras propias acciones desde abajo, para reivindicar y hacer valer el derecho a la verdad. Y nos recordamos las acciones de búsqueda de manera autónoma y las formas que hemos encontrado para aliviarnos juntas el sufrimiento.

Y desde Colombia, otras madres buscadoras dijeron: “Si el Estado hace operaciones para desaparecerles, nosotras diseñemos la operación para buscarles” y nació la operación Cirirí, como metáfora de aquel pajarito que pelea contra los gavilanes. Porque en estos contextos hay que seguir reinventándonos, y por eso las formas de afrontamiento se tienen que renovar continuamente.

Además de ese trabajo que estamos haciendo quienes buscamos, queremos promover que las estructuras sociales reconozcan que la desaparición es un hecho de violación de Derechos Humanos y un crimen de lesa humanidad. No debería ser así, pero nos toca seguir sensibilizando, decir: “Conmuévase, compañero, luche conmigo”.

Y también salió la metáfora del juego de las escondidas, solo que los servidores públicos, el Estado y las instituciones no saben jugar; sin embargo, las personas buscadoras sí, las familias sí. Quisiéramos tener más aliadas que nos ayuden a buscar, porque al encontrarles, nadie pierde. Ojalá que siempre exista alguien que nos diga dónde están y que grite fuerte “Uno, dos, tres, por mí y por todos mis amigos”.

Nuestra vivencia de la desaparición es una violación pluriofensiva; es un daño a la persona que desaparece, pero también a las familias, a las comunidades, a las sociedades. Así debería verse, como una ofensa a todo lo que somos como humanidad.

Ya sabemos que las leyes son insuficientes y, sobre todo, inoperantes; que el Estado funciona solo para garantizar los privilegios de quienes tienen poder, de quienes tienen dinero. Sabemos que la falta de coordinación y comunicación entre las instancias de gobierno entorpecen y alargan las investigaciones. Y por ahí decían en los pasillos: “Pónganse de acuerdo, chinga, es su chamba, no debería ser la nuestra”.

Nos invitaron también a tener conversaciones incómodas en las familias, a no perpetuar el silencio interno, a luchar contra nuestras propias culpas familiares. Hay que dimensionar con claridad lo que implica una búsqueda, saber que probablemente no tiene límite, no tiene un punto certero de llegada y que se vale también decir “Hasta aquí llego yo, desisto de la búsqueda, es momento de cerrar el proceso”. Nos toca respetar a cada persona o familia, porque cada quien va construyendo elecciones que corresponden a su sentir. Abrazar las decisiones diversas es parte de la lucha colectiva también.

Hay que poner ojo en cómo se vive en esta lucha siendo mujer; tenemos muchas demandas como madres, esposas, hijas, hermanas… porque nos han dicho que todo tenemos que hacerlo bien, incluso buscar bien, y además intentar seguir con la vida. Y en eso a las mujeres, sobre todo, se nos va la salud, y aparece la culpa y el cansancio. Hay que darle lugar a ese cansancio, y eso no significa que se esté desistiendo de la búsqueda por verdad y justicia.

¿Y dónde está la luz? ¿Dónde está la verdad? Por ahora, en preguntarnos en colectivo para intentar responder también en colectivo, recuperar lo que hemos aprendido y compartirlo; eso es capital de sabiduría acumulado que el Estado no tiene. Hay que mantener nuestro fuego y las familias son nuestra brújula. Tener más aliadas en organizaciones, actores empresariales, medios de comunicación, periodistas. Invitarles a compartir el cuidado de la vida. Buscar siempre apapacharnos con otros y otras.

Mirar con pausa y con buen análisis los contextos donde están ocurriendo las desapariciones, ubicar el miedo que puede ser válido en tanto nos permite elaborar lo sucedido para crear nuestras estrategias. Toca no ponernos en riesgo, porque hay lugares donde la espera nos mantendrá con vida. Porque si nos ponemos en riesgo, puede ser que haya más desapariciones, y en vez de buscar a una, tendremos que buscar a dos o más.

Al encontrarnos, nadie pierde. Deseamos que en lo colectivo encontremos luz.

Y luego tocó hablar de la justicia, de esa otra palabra que nos resuena fuerte. Y decimos que sin verdad no hay justicia y que para ello necesitamos también la terca memoria. Y tocamos el vacío y palpamos la ausencia, y desde ahí, cada familia, cada colectivo va decidiendo las estrategias y definiciones de justicia; al final es lo que nos dé paz y nos haga sentir mejor. Lo cierto es que en este caminar es mejor exigir justicia estando juntas, porque el Estado le apuesta al desgaste, a la división.

¿Y a qué nos referimos con la otra justicia del Lekil chapanel? A aquella donde el dolor se transforme en esperanza, donde la violencia se transforme en construcción de paz.

Y sí, sí a todo eso, pero de nuevo nos invitamos a mirar los contextos en que ocurren las desapariciones. Y si vemos la historia compartida de Colombia y Guatemala, sabemos que había un conflicto armado declarado, además dentro de un sistema democrático que lleva décadas ofreciéndonos los derechos humanos como bandera. Y simplemente nos falló, y simplemente no ha cumplido con sus promesas. Y es que, de entrada, este sistema democrático está basado en un sistema económico que desde sus entrañas está mal, que desde sus entrañas nos ha demostrado que el dinero importa más que la vida, que cualquier vida, no solo la humana.

A este sistema democrático con sus leyes y sus instituciones no les importa lo que le pase a las mujeres, a los pueblos indígenas, a las niñas y niños masacrados en las montañas de aquí o allá. Y en este mismo sistema está México, territorio donde hasta ahora el Estado no ha reconocido que existe una guerra, y sin embargo no tiene precedente alguno lo que está pasando en términos de desaparición ahora mismo en México.

¿A quiénes benefician esta cantidad de hermanos y hermanas desaparecidas en México? Beneficia a un sistema que sostiene la industria extractiva, el despojo de los territorios, las mercancías y los cuerpos humanos usados como mercancías. Es un sistema que exige un modo de consumo y producción de drogas, de materias primas, de mano de obra, de cuerpos. El hecho de que la vida no valga nada no es solo una canción, porque en este sistema se nos hace saber que nuestra vida es desechable.

No podremos detener este sistema si no lo hacemos colectivamente. La justicia no es personal; no se puede reducir a casos personales. Porque sí, existen mecanismos, leyes, protocolos, pero cada vez son menos efectivos; no funcionan simplemente porque responden al sistema que perpetúa la violencia y el dolor. Porque los mismos que operativizan el sistema promueven el desinterés y son indolentes con lo que nos pasa.

Al final, la verdad no es única y la justicia funciona de manera desigual, y nos preguntamos: ¿Cómo estamos sosteniendo social y culturalmente este sistema? ¿Cómo visibilizamos la desaparición para involucrar a una sociedad indolente?

No tenemos todas las respuestas, pero sí sabemos que para cualquier camino que elijamos, la organización es fundamental. La historia nos muestra que las grandes transformaciones que se han dado en la humanidad han sido colectivas. No hay una sola salida; habrá múltiples salidas, pero en todas ellas la urgencia es apostar por la vida…

Y mientras hablábamos de justicia, resonó varias veces la vocecita de Luis Julián, el niño tsotsil de 3 años que nos ha acompañado estos días, que nació en el mismo municipio indígena donde fue la masacre de Acteal en 1997.

“Cuando escucho al nene que anda corriendo por aquí, pienso qué bonita es la vida”. Y sí, Luis, corriendo y jugando por estos pasillos, nos recuerda que sí nos gusta la vida, y que, a pesar del dolor y las ganas que a veces hemos sentido de querer morirnos, nos gusta vivir y nos gusta pensar que podemos seguir construyendo caminos para Luis Julián, para que las risas como las de él, las nuestras, las de nuestros hijos, las de nuestras nietas sigan resonando en todos los espacios del mundo.

Y con el frío de la noche, nos fuimos a ver la historia de la Mari, mamá hondureña que busca a su hijo. Varios nudos en la garganta, varias lágrimas, varios suspiros nos fue dejando el documental. Y apareció esa sensación extraña del terror que implica cruzar México, pero al final también nos empapamos de amor, de abrazos, de solidaridad.

Llegó el viernes y compartimos los sentipensares de los grupos sobre verdad y justicia, de nuevo poniendo en la mesa que no para todas las familias buscar es posible; las condiciones económicas, sociales y culturales importan al momento de querer entrarle a los colectivos. Para nosotras, la justicia es sobre todo el esclarecimiento de los hechos: qué pasó, por qué y quién fue…

Para nosotras, justicia es también contrarrestar lo que el gobierno quiere tener, es decir, una sociedad ignorante… por eso hay que fortalecernos en saber nuestros derechos y en saber defendernos. Hay que ocupar las calles, las paredes, las banquetas para contarle al mundo que hay personas desaparecidas en este país.

Para nosotras, la espiritualidad puede ser otro camino de justicia; cada quien va encontrando las maneras de hacer cierres y de procesar los duelos. Tal vez también podamos encontrarles en otra vida.

Lo que duele es que, en lugar de hacernos menos, nos hacemos más… cada vez somos más las que estamos buscando. A veces nos llevan comida cuando salimos al campo a buscar y eso nos alegra el corazón. A veces, encontrar los cuerpos nos duele, pero también nos alegra porque, por lo menos, esos cuerpos volverán a sus casas.

La verdad y la justicia son un campo de lucha y los colectivos tienen mucho que enseñarnos sobre lo que significa para una sociedad la desaparición de personas, porque una sociedad que promueve y permite la desaparición se encamina a la barbarie. Que los colectivos sigan visibilizando que esto no es normal es un aporte a la humanidad.

Que sigamos practicando la justicia desde abajo, esa que se basa sobre todo en el amor, que es reparadora y colectiva.

Y en esa reparación nos acercamos al cuerpo, a escucharle, a ponerle atención para ubicar lo que necesita. A veces necesitamos detenernos, acariciarlo, masajearlo; a veces necesitamos descanso. Estos cuerpos dolidos también quieren moverse y bailar, también quieren recordar lo que es gozar y reír. Nos invitamos entonces a reconocer lo que nos ayuda a repararnos la vida, qué es eso que nos hace sentir bien… y qué chido que aparezcan de vez en cuando canciones de Selena y de Laura León, ese “suavecito, suavecito” que nos hace sentir las ganas de querer vivir la vida, y también nos recuerdan con gratitud a quienes nos acompañan y nos invitan a atrevernos al movimiento y al disfrute en medio de todo lo que nos duele.

Y bordamos, hicimos playeras, grabamos imágenes y pintamos un mural… y pensamos que el chiste no es siempre el producto final, sino el camino de construcción, de crear, de vivenciar el arte como herramienta política de transformación. Como medio para sanar y visibilizar lo que se nos remueve en las entrañas.

Y así, en ese disfrute de estos días, en ese sentipensar personal y colectivo, lo que ocurrió fue un apapacho. “La palabra apapacho proviene del vocablo náhuatl papatzoa, que significa ‘apretar’ o ‘ablandar fruta con los dedos’. Para los aztecas, el significado más profundo era ‘abrazar o acariciar con el alma’. Apapacho no solo es el contacto físico, es también expresión de cariño, consuelo o ternura.

Y la ternura de los pueblos se sustenta en eso, en nuestra posibilidad infinita de acariciarnos el alma y así, solo así, logramos sostenernos para mantenernos vivas.